Espacio abierto para compartir inquietudes, conocimientos, actividades culturales
y lúdicas, hacer nuevas amistades y crecer interiormente.

lunes, 29 de noviembre de 2010

TU HISTORIA, MI HISTORIA


Quiero contarte tu historia, que es mi historia, porque todos somos la misma cosa aunque no lo parece en absoluto. Al contrario, a primera vista se diría que todo lo que existe en este curioso globo flotante es como mucho parecido pero en realidad no sólo diferente sino en muchos casos contrapuesto al resto.

Bueno, pues resulta que éste es un lugar curioso. Hablaremos por el momento de los humanos. Aparecemos aquí sin saber muy bien cómo, aunque sería más exacto decir sin saberlo en absoluto, al menos de un modo consciente, porque en el fondo sí que lo sabemos, pero el contacto con ese fondo se pierde al poco de llegar. El caso es que aquí venimos a parar y nos adaptamos como podemos al entorno que nos toca, haciéndonos poco a poco conscientes de nosotros mismos y de lo que nos rodea y almacenando datos que van construyendo paso a paso nuestra visión del mundo. Aquí hay una gran variedad de edificaciones. Digamos que las piezas con que contamos no son ilimitadas y podríamos compararlas con las de una arquitectura: un repertorio de colores y formas que permiten resultados diferentes pero con la misma base.

De este modo, podemos ver construcciones diversas con una base común, aunque sería difícil convencer a un observador poco atento de que en realidad se trata de la misma cosa, con formas diferentes pero con los mismos ladrillos. Y todos somos observadores poco atentos, ya que estamos convencidos de ser no sólo distintos sino incompatibles con la mayoría de las personas y cosas que viven ahí afuera salvo algunas excepciones (casi siempre pocas).
Cada cual ha edificado su mundo, su idea de sí mismo y de la vida con creencias, experiencias, sensaciones que han atravesado su vida y ha aceptado como verdaderas, dejando pasar en cambio otras que ha considerado falsas o erróneas. Pero tanto las que ha aceptado como las que ha dejado pasar son las mismas creencias, experiencias y sensaciones que atraviesan la vida de los demás. Son las piezas de la arquitectura entre las que cada uno elige aquellas con las que se autodefine, construye su “casita” y luego se encierra en ella y no ve más allá, o lo que ve desde las pequeñas ventanas que no siempre abre lo considera atractivo y deseable o repugnante y detestable, pero siempre exterior y ajeno a sí mismo.

Es evidente si se mira friamente que este autoconcepto es limitante porque sólo permite “ser” o “hacer” determinadas cosas, pero también es obvio que proporciona una cierta seguridad, un terreno familiar y conocido donde moverse sin peligro. La trampa de esta seguridad es más difícil de ver, pero no porque no sea visible sino porque no queremos verla. Está ahí emitiendo señales luminosas pero la confundimos con fuegos artificiales. ¿Quien quiere que esa casita que ha construído con tanto esfuerzo ahora corra el peligro de derrumbarse? Aunque le quede estrecha, aunque apenas pueda moverse dentro, se aferra a ella para no quedar a la intemperie, una intemperie extraña que a saber cómo le va a tratar. Y no sólo se resiste a abandonarla sino a emprender obras de ampliación, no vaya a ser que se caiga todo el tinglado.

Por eso decimos que no funcionan los supuestos esfuerzos que hacemos para salir de las limitaciones, que no podemos cambiar, que “somos así” y una interminable serie de excusas para mantener nuestra estructura intacta. Deseamos cambios externos, que la vida nos sonría, que mejore nuestra economía, nuestras relaciones, nuestra conexión espiritual, pero sin que caiga ni un sólo ladrillo de nuestra construcción. En otras palabras, queremos cambiar sin cambiar.

Esto puede crear a lo largo de los años, sobre todo en personas que han estado trabajando sobre sí mismas, convencidas de querer cambiar de verdad, una sensación de frustración y de desesperanza. Pero quizás estaría bien enfocarlo de otro modo: dejar de trabajar y observar. Simplemente. Mirar esa estructura, sin esfuerzo ni juicio, ver de qué está hecha, agradecerle la protección que nos ha ofrecido, valorar hasta qué punto queremos conservarla y dónde nos gustaría tener unos metros más de espacio para movernos o recibir visitas, salir fuera a ratitos para comprobar que el entorno no tiene por qué ser peligroso y que casi siempre tiene algo que ofrecernos. No es necesario derrumbar nada, sólo amar lo que tenemos pero con desapego, sabiendo que nuestra construcción es flexible, que puede ampliarse o reducirse en función de nuestras necesidades, que depende por entero de nuestra consciencia, pero nuestra consciencia más elevada es amor. Así puede producirse un cambio real si tiene que producirse. Solamente podemos avanzar amando lo que somos, lo que hemos hecho, el punto en el que nos encontramos, sea el que sea. Y dejar de trabajar, de hacer esfuerzos para ser de otro modo porque, en el fondo, estos esfuerzos no son más que manifestaciones de disconformidad con nosotros mismos que en lugar de cambios  reales producen demasiado a menudo impotencia y frustración.
Esta es nuestra historia. Una historia de lucha, de enfrentamiento, de jugar a cambiar, de creer que es imposible, de extenuacíón y dolor. Pero podemos cambiar de dirección. Somos hijos del amor y, por lo tanto, no tenemos que hacer nada más que aceptarlo. Esta entrega es suficiente para que todo se dirija en la dirección correcta. ¿De verdad parece muy insensato probar aunque sólo sea por curiosidad una forma diferente de vivir agradeciendo nuestra vida, todas y cada una de nuestras características y dejando de conducir fatigosamente un vehículo que casi siempre se resiste a nuestras imposiciones? Si le preguntamos a nuestro corazón su respuesta será muy clara.


Carmen

sábado, 6 de noviembre de 2010

Inercia.

Parece como si, por algún toque silencioso, misterioso, toda la sociedad estuviera inmersa en una somnolencia, quietud, letargo... inercia. El comentario habitual es que "todo está parado" "no se mueve nada", estamos en una especie de ralentí, parón en todos los sentidos: comercial, laboral, emocional... todos queremos que alguien haga algo... pero ¡que sea el otro! yo espero que tu me llames y tu esperas que te llame yo... y así nos quedamos: esperando...
Está claro que atravesamos tiempos ¿de parto? o, por lo menos, de profunda transformación, a todos los niveles. Posiblemente estemos sufriendo una metamorfosis interna de las de época o... ¿estamos asistiendo a la quietud que existe antes de la tormenta, el terremoto, el tsunami?
O quizá sea que nos identificamos o estamos tocando fondo en el mundo material; la materia sí es inerte, quieta, estática, densa, oscura, fría, como la vida de los minerales...
De cualquier forma, se nos escapa algo que nos diferencia del resto de los seres que habitan bajo el manto de la madre natura, es la voluntad, chispa divina, el origen de nuestro ser real, el cual es inmortal, eterno. Disponemos de la voluntad y la palabra como fuerzas creadoras para desarrollar los poderes internos que... los tenemos intactos. Tenemos un compromiso contraído muy importante por el hecho de disponer de estos poderosos utensilios, privilegio, solamente, del ser humano.
Ya dijo Jesús "cosas como las que Yo hago, haréis y ¡aun mayores!", también dijo "id, predicad el Evangelio y curad a los enfermos". Y... "mi reino no es de este mundo" ¡ni el nuestro tampoco! nosotros vivimos en la materia pero no pertenecemos a ella sino al mundo de la vida, la luz, el color, el amor y la prosperidad infinitas. Somos espíritus en tránsito por el mundo material y ese tránsito es muy breve como para detenernos un momento.
Vuelve al origen, al verdadero ser, reconoce a quien realmente eres y verás como todo cambia a tu alrededor.